«Francia no puede ser Francia sin grandeza». En palabras de Charles de Gaulle, la «idea de Francia» puede resumirse en la política exterior de Emmanuel Macron. Macron cree en una Francia con un papel global significativo, una Francia cuya estatura se siente en el escenario mundial. Es esta creencia la que informó las líneas rojas que trazó el verano pasado sobre el uso de armas químicas en el conflicto sirio, y esta creencia está ahora detrás de su lenguaje belicoso.
El empeño de Macron por devolver a Francia a la escena internacional también se esconde tras su agenda interna. Es, en su opinión, la respuesta para abordar el creciente descontento interno con el malestar político y la desigualdad económica de Francia. La respuesta que hasta ahora ha eludido a los partidos socialista y republicano. En los casos en que los reformistas han fracasado en el pasado, Macron cree que puede hacer una liberalización radical del trabajo y de la fiscalidad si las presenta como cambios necesarios para que Francia alcance la importancia mundial del siglo XXI. El presidente francés está apostando casi todas sus fichas a su carisma personal y hasta dónde puede proyectar fuerza, liderazgo y patriotismo republicano, por lo que es una combinación atractiva para los votantes republicanos y del Frente Nacional.
Es posible que Macron pueda seguir adelante con sus planes nacionales y extranjeros. Pero hay indicios de que su apuesta no funcionará a largo plazo, ya que los ciudadanos se han levantado para oponerse a sus reformas. Las huelgas de los trabajadores del sector de la energía y de la recogida de residuos han seguido a las de los empleados de Air France. Diversas manifestaciones estudiantiles han tenido lugar por todo el país. La semana pasada, los trabajadores ferroviarios iniciaron una huelga a gran escala que afectará a 2 de cada 5 días durante los próximos tres meses. Y la huelga parece estar creciendo y ampliándose, con siete de los principales sindicatos del sector público votando a favor de iniciar huelgas el próximo mes.
Con sus reformas en marcha, se prevé que Francia reduzca su déficit presupuestario más rápidamente de lo esperado y tal vez logre un superávit al final del mandato de Macron en 2022. ¿Pero a qué precio? Tales pronósticos dependen de que se siga favoreciendo a los principales asalariados y a las grandes empresas: reduciendo los impuestos a los más ricos, reduciendo al mismo tiempo el gasto público y quizás creando oportunidades para la privatización. Cuando las reformas laborales del año pasado entraron en vigor en enero, los empleadores no perdieron tiempo en despedir a miles de trabajadores, y se esperan más a medida que avanza el año. El primer presupuesto de Macron incluyó una reforma fiscal que dio 582.380 euros adicionales a cada uno de los 100 contribuyentes más ricos de Francia, dejando a la mayoría del país con poco o nada que ganar.
Aunque el CAC 40 puede aumentar, los trabajadores franceses ya se sienten defraudados. La economía francesa podría convertirse en el brindis de Bruselas, pero la experiencia del día a día del pueblo francés no le hará querer la política liberal y a quien llegó al poder prometiendo cambiarlo todo. Es posible que Macron logre liberalizar la economía francesa y ejercer la influencia de Francia en el mundo, pero serán los ciudadanos franceses y sirios los que paguen por ello.
Owen es miembro del movimiento DiEM25, actualmente con sede en Beirut.
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