Solo una extensa remodelación de los derechos de propiedad sobre los medios de producción, distribución, colaboración, y comunicación, cada vez más basados en tecnologías en la “nube”, puede salvar a la idea liberal fundamental de libertad entendida como soberanía individual. La resurrección de la individualidad liberal por consiguiente requiere exactamente lo que los liberales odian: una revolución.
Mi padre era la personificación del individuo liberal, lo que resulta irónico tratándose de un marxista de toda la vida. Para ganarse la vida, tenía que trabajar para el patrón de una fábrica de acero en Eleusis. Pero cada día durante la hora del almuerzo, vagabundeaba felizmente en el patio trasero al aire libre del Museo Arqueológico de Eleusis, donde se deleitaba con las antiguas estelas descubiertas que sugerían que los expertos en tecnología de la Antigüedad tenían conocimientos más avanzados de lo que se suponía antes.
Después de su regreso a casa todos los días a las 5 de la tarde y de una siesta, llegaba dispuesto a participar en nuestra vida familiar, y a redactar artículos académicos y libros exponiendo sus descubrimientos. En pocas palabras, apartaba cuidadosamente su vida en la fábrica de su vida privada.
Reflejaba una época en la que incluso los izquierdistas como nosotros pensábamos que, al menos, el capitalismo nos había otorgado soberanía sobre nosotros mismos, aunque dentro de ciertos límites. Independientemente de la dureza del trabajo realizado para el patrón, la gente podía como mínimo delimitar una parte de su vida, y dentro de estos límites, permanecer autónomo, independiente, libre. Sabíamos que sólo los ricos eran verdaderamente libres de elegir, que los pobres la mayor parte del tiempo eran libres de perder, y que la peor esclavitud era la de los que habían aprendido a amar sus cadenas. Aun así, apreciábamos esta posibilidad limitada de ser dueños de sí mismos.
Hasta este alivio diminuto ha sido negado a los jóvenes de hoy en día. Desde el mismísimo momento en el que dan sus primeros pasos, se les enseña implícitamente a considerarse como una marca, que sin embargo será juzgada según la percepción de su autenticidad por los demás, incluso por las empresas que puedan emplearles, un diplomado me dijo una vez que “nunca le ofrecerían un empleo hasta que haya descubierto su auténtico ego”). En la sociedad online actual la promoción de una identidad resulta ser una necesidad. Cuidar su identidad se ha convertido en una de las tareas más importantes para los jóvenes.
Antes de publicar cualquier imagen, vídeo, o criticar cualquier película, compartir cualquier foto o tweet, tienen que ser conscientes de las personas a las que agradará o molestará esta elección. Tienen que anticipar de alguna manera cuál de sus potenciales “egos verdaderos” será el más atractivo, comprobando sin parar sus opiniones frente a la idea que tienen de lo que resultaría normal entre los líderes de opinión en la red. Al tener la posibilidad de grabar y compartir cualquier experiencia, se encuentran siempre preguntándose si hay que hacerlo. Y aunque de hecho no exista ninguna oportunidad de compartir la experiencia, esta será imaginada sin reparos y acabará existiendo. Cada elección, atestiguada o no, se convierte en un paso más en la cuidadosa construcción de una identidad.
No hace falta ser una persona de izquierda para darse cuenta de que el derecho a un momento cada día en el que la persona no esté en venta ha simplemente desaparecido. Resulta irónico que la individualidad liberal no fue suprimida por paramilitares fascistas, y tampoco por comisarios estalinistas. Fue erradicada en el momento en que una nueva forma de capital empezó a enseñar a los jóvenes esta cosa tan liberal: ser sí mismos. De todas las modificaciones comportamentales que lo que denomino el capital en la nube ha diseñado y rentabilizado, esta es seguramente la cumbre de sus éxitos.
El individualismo posesivo siempre ha resultado perjudicial para la salud mental. La sociedad tecno-feudal que el capital en la nube está fabricando hizo que la realidad empeore infinitamente al destruir los límites de la individualidad liberal, que proporcionaba un refugio fuera del mercado laboral. El capital en la nube hizo añicos al individuo, convirtiéndole en fragmentos de datos, en una identidad compuesta por elecciones expresadas a través de clics, que puedan ser manipulados por sus algoritmos de una manera inconcebible para una mente humana. Ha producido individuos más poseídos que poseedores, o mejor dicho personas incapaces de ser dueñas de sí mismas. Ha disminuido nuestra capacidad de concentrarse sobre algo apropiándose de nuestra atención.
No hemos perdido nuestra fuerza de voluntad. No, nuestra concentración ha sido secuestrada por una nueva clase gobernante. Y porque se sabe que los algoritmos integrados en el capital en la nube fortalecen al patriarcado, a los estereotipos odiosos, a la opresión preexistente, los más vulnerables, las niñas, las personas con discapacidad mental, los marginalizados, y los pobres) son los más impactados por el sufrimiento que provocan.
El fascismo nos dio una gran lección revelando nuestra propensión a demonizar los estereotipos y la espantosa atracción (y el poder) que provocan emociones como la virtud, el miedo, la codicia, y el odio que despiertan en nosotros. Dentro de nuestra realidad social contemporánea, la nube nos coloca cara a cara con el temido y odiado “otro”. Y como la violencia en la red parece inofensiva e insignificante, es más probable que reaccionemos ante este “otro” con burlas, usando un lenguaje humillante, y con agresividad. La compensación emocional del tecno-feudalismo por las frustraciones y las ansiedades que padecemos en relación con la identidad y la concentración ocurre a través de la intolerancia.
Los moderadores de contenido y la legislación sobre expresiones de odio no pueden detener este embrutecimiento porque es intrínseco al capital en la nube, aprovechado por sus algoritmos para aumentar las rentas que los dueños de las grandes empresas tecnológicas sacan del odio y del descontento. Los legisladores no pueden regular algoritmos dirigidos por la inteligencia artificial que ni sus creadores consiguen entender. Para que la libertad tenga una oportunidad de existir, hace falta socializar el capital en la nube.
Mi padre creía que la única manera de defenderse contra los demonios que acosan nuestra alma consiste en encontrar algo dotado de una belleza atemporal para convertirlo en el objeto de nuestra concentración, como hacía mientras deambulaba entre las reliquias de la antigüedad griega. A mi manera intenté ponerlo en práctica durante años. Pero frente al tecno-feudalismo, actuar solo, aislado, como individualidades liberales, no nos llevará muy lejos. La solución no consiste en desconectarnos de Internet, apagar nuestros móviles, y usar dinero en efectivo en vez de transacciones electrónicas. Salvo que nos unamos, no civilizaremos o socializaremos nunca el capital en la nube, y nunca nos reapropiaremos de nuestras mentes controladas por él.
Y aquí reside la gran contradicción: solo una extensa remodelación de los derechos de propiedad sobre los medios de producción, distribución, colaboración, y comunicación, cada vez más basados en tecnología en la “nube”, puede salvar la idea liberal fundamental de libertad entendida como soberanía individual. La resurrección de la individualidad liberal por consiguiente requiere exactamente lo que los liberales odian: una revolución.
Este artículo fue inicialmente publicado en Project Syndicate
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