David Cameron and Alexis Tsipras

Cómo la tragedia griega degeneró en una farsa británica

Los ciudadanos británicos acudieron a las urnas para enviar sus votos por el abandono, y por sus frustraciones, en la ya infame votación del brexit el pasado junio, buscando una vía de escape al poder de la Unión Europea. El triunfo aturdió a las élites británicas y globales, pero no había por qué: las probabilidades se amontonaban a favor del bando del abandono.
La base para la debacle del brexit se determinó el pasado verano cuando Europa aplastó al gobierno progresista y proeuropeo de SYRIZA, elegido en Grecia en enero de 2015. La mayoría de los británicos no se involucraron directamente con el trauma griego. Muchos, seguramente, miraron con recelo a los líderes griegos. Pero debieron darse cuenta de cómo Europa menospreció a los griegos, de cómo los Comisarios Europeos riñeron a los funcionarios griegos por su supuesta falta de rigor fiscal y de cómo les dictaron imperiosamente los términos para cualquier reestructuración de deuda. El público británico fue testigo de cómo la Unión Europa aplicó al país rebelde un castigo ejemplar, para que nadie más sintiera la tentación de seguir ese mismo camino.
Si la sumisión de Grecia a la voluntad política de la UE y sus banqueros ayudó a establecer el tono de la desarmonía europea, la campaña del abandono ganó al convertir el referéndum británico en una fea expresión del nativismo inglés, alimentándose de las frustraciones de una nación profundamente desigual y de las preocupaciones acerca de que la UE pudiera dictar acerca de la política migratoria a los Estados miembros. Los americanos, sin duda, entienden este desagradable nativismo y algunas de sus causas subyacentes.
Otros académicos y comentaristas mediáticos pasan mucho tiempo denunciando la acogida de esta política destructiva, llamada “populista”, por parte del público. Pero deberíamos pasar más tiempo evaluando lo fuera de onda que están nuestras élites tecnocráticas. Estas élites solo pueden culparse a sí mismas porque la gente busque otras opciones, y a menudo caigan en las más despreciables.
Que la campaña del abandono prevaleciera testimonia la incompetencia despótica de los establishments a ambos lados del Canal de la Mancha. La permanencia lideró una campaña basada en el miedo (a las recesiones y otras cosas malas que suceden cuando no eres prudente a los ojos de los mercados de bonos), la condescendencia y la racanería, como si a los británicos tan solo les preocupara la tasa de crecimiento y la libra. Y los líderes por la permanencia parecían creer que figuras como Barack Obama, George Soros, Christine Lagarde, una lista de diez economistas galardonados con el Nobel o el departamento de investigación del Fondo Monetario Internacional tendrían peso entre la clase obrera británica.
Hasta el momento, desde la votación, los efectos económicos de la votación han sido más silenciosos que lo que se esperaba en un principio. Y los efectos políticos tenderán a ser prolongados: la nueva Primera Ministra Theresa May ha anunciado que las negociaciones formales del divorcio no empezarán con Bruselas hasta marzo de 2017, donde se espera que el Reino Unido abandone realmente la Unión en 2019. Mientras, los mercados se han estabilizado y la vida británica ha continuado con normalidad, debilitando la campaña del miedo lanzada contra el brexit la pasada primavera.
Con el tiempo, sin embargo, en su vertiente británica, las estructuras de la UE en cuanto a ley, normativas, trasferencias fiscales, comercio abierto, fronteras abiertas y derechos humanos que se han edificado a lo largo de cuatro décadas se empezarán a erosionar. Cómo sucederá esto exactamente, mediante qué proceso de negociación, con qué retribución a los desdeñosos poderes en Bruselas y Berlín, mediante qué combinación de cambio lento y actos abruptos, con qué consecuencias para la Unión de Escocia con Inglaterra, es una clara incógnita para el nuevo gobierno conservador proabandono.
Y la crisis de confianza de Europa se continuará propagando por toda Europa: en Holanda y Francia, pero también en España e Italia, así como en Alemania, Finlandia y el Este. Si el populismo nativista se puede alzar en Gran Bretaña, puede alzarse en cualquier lugar.
Y si Gran Bretaña puede salir, cualquiera puede: ni la UE ni el euro son irrevocables. Y, con toda probabilidad, puesto que las predicciones apocalípticas de colapso económico que precedieron al referéndum británico no se harán realidad, dichas advertencias tendrán aún menos credibilidad cuando se repitan la próxima vez.
La Unión Europea ha sembrado vientos. Y puede que acabe recogiendo tempestades. A menos que se ponga en acción, y deprisa, no solo para reivindicar una “unidad” vacía, sino para comprometerse con un New Deal democrático, responsable y realista (o algo que se le parezca) para todos los europeos. Las élites tecnocráticas han de dejar de lamentarse de la ignorancia de los votantes en sus países, ya sea en Grecia, el Reino Unido, o más cerca de casa, y empezar a mirar a sus políticas ineficientes e irreales que están desencadenando la reacción “populista”.

Publicado originalmente en inglés en Zocalo.

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