Por Brian Eno
El consenso entre la mayoría de mis amigos parece ser que 2016 fue un año terrible, y el principio de un largo declive hacia algo que no queremos ni imaginar.
2006 fue efectivamente un año bien duro, pero me pregunto si es el final (no el principio) de un largo declive. O, cuanto menos, el principio de un final… ya que opino que hemos estado en declive durante unos 40 años, soportando un lento proceso de descivilización, pero sin acabar de darnos cuenta hasta ahora. Me recuerda a eso de la rana en una sartén de agua que hierve lentamente…
Este declive incluye la transición del empleo seguro al empleo precario, la destrucción de los sindicatos y la disminución de los derechos de los trabajadores, los contratos de cero horas, un sistema de salud que se está derrumbando, un sistema educativo mal financiado regido por resultados de exámenes sin sentido y clasificaciones, la crecientemente aceptable estigmatización de los inmigrantes, el nacionalismo del exabrupto y la concentración del prejuicio hecha posible por los medio sociales e internet.
Este proceso de descivilización se originó en una ideología que miraba con desprecio la generosidad social y abogaba por una especie de egoísmo justificado. (Thatcher: “La pobreza es un defecto de la personalidad”. Ayn Rand: “El altruismo es perverso”). El énfasis en el individualismo descontrolado ha tenido dos efectos: la creación de una gran cantidad de riqueza, y la canalización de esta a cada vez menos manos. Ahora mismo, las 62 personas más ricas del mundo son tan ricas como la mitad más pobre de su población junta. La fantasía Thatcher-Reagan de que esta riqueza se “filtraría” y enriquecería a todo el mundo simplemente no ha tenido lugar. De hecho, ha sucedido todo lo contrario: los salarios reales de la mayor parte de la gente han estado en declive durante al menos dos décadas, mientras que al mismo tiempo sus expectativas (y las expectativas para sus hijos) se prevén cada vez más oscuras. No es de extrañar que la gente esté indignada, y que dé la espalda al gobierno del “que todo siga como siempre”. Cuando los gobiernos prestan más atención a quienquiera que tenga más dinero, las enormes desigualdades de riqueza que vemos ahora suponen una burla a la idea de democracia. Como dijo George Monbiot: “La pluma puede ser más poderosa que la espada, pero el monedero es más poderoso que la pluma”.
La gente está repensando lo que significa la democracia, lo que significa la sociedad y lo que tenemos que hacer para que vuelvan a funcionar. La gente se está esforzando en pensar, y, aún más importante, están pensando en alto, juntos.
El pasado año, la gente empezó abrir los ojos a esto. Muchos de ellos, indignados, agarraron lo más parecido a Trump que tuvieran a mano y golpearon al establishment en la cabeza con ello. Pero eso fueron solo los despertares más visibles, más atractivos para los medios. Mientras, ha habido una emoción más silenciosa pero igualmente poderosa: la gente está repensando lo que significa la democracia, lo que significa la sociedad y lo que tenemos que hacer para que vuelvan a funcionar. La gente se está esforzando en pensar, y, aún más importante, están pensando en alto, juntos. Creo que pasamos por una desilusión masiva en 2016, y nos dimos cuenta de que es hora de salir de pegar un bote para salir de la cacerola.
Este es el comienzo de algo grande. Esto implicará compromiso: no solo tweets y “likes”, sino también acción social y política reflexiva y creativa. Esto implicará darse cuenta de que algunas cosas que hemos dado por supuestas (cierta apariencia de verdad en la cobertura informativa, por ejemplo) ya no pueden ser esperadas gratis. Si queremos una buena información y buen análisis, tendremos que pagar por ello. Eso implica DINERO: apoyo financiero directo para las publicaciones y webs que luchan para contar el lado de la historia no corporativo, no establishment. De la misma manera, si queremos niños felices y creativos, debemos ocuparnos de la educación, no dejarla en manos de los ideólogos y de los que solo se preocupan por los beneficios. Si queremos generosidad social, entonces debemos pagar nuestros impuestos y deshacernos de nuestros paraísos fiscales. Y si queremos políticos reflexivos, debemos dejar de apoyar a los que son carismáticos y nada más.
La desigualdad consume el corazón de una sociedad, engendra el desprecio, el resentimiento, la codicia, la sospecha, la intimidación, la arrogancia y la crueldad. Si queremos un futuro que sea decente debemos alejarnos de todo eso, y creo que ya empezamos a hacerlo.
Hay tanto por hacer, tantas posibilidades. 2017 debe ser un año sorprendente.
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