Para DiEM25, como movimiento paneuropeo y transnacional, la crítica emancipatoria de todos los nacionalismos se da por hecha. Es simplemente una cuestión de principios, y por tanto más allá de discusión.
Pero eso no significa que pertenezcamos al amplio coro de los que atribuyen “errores” a todas las partes en la dramática crisis del estado español. El gobierno central de Madrid, porque “reacciona exageradamente” y sus fuerzas armadas porque actúan “desproporcionalmente”, y el gobierno catalán, porque es/era “nacionalista” y por tanto el principal responsable de esta crisis.
Las cosas no son tan simples.
En el centro de la cuestión, lo primero es notar, una vez más, el completo y, en este caso, infame fracaso de la Comisión Europea y los gobiernos de los estados miembros de la UE. El rechazo de la solicitud del gobierno catalán de que jueguen un papel mediador en su conflicto con el estado español y su fuerza policial es solo la confirmación final de este fracaso e infamia. De hecho, la europeización de la cuestión catalana podría haber sido el principio de una respuesta progresista.
La Comisión, sin embargo, declara que el conflicto es un “asunto interno” de España y por consiguiente toma partido definitivamente por el régimen de Madrid. Así, reafirma el compromiso de los gobiernos de los estados miembros de la UE, que ya habían apoyado al estado español anteriormente.
La actitud de la Comisión y sus gobiernos sigue el cálculo de que la política se debe reducir al aseguramiento incondicional del poder propio. Madrid, Bruselas, París y Berlín también están de acuerdo entre ellas en que basarán este cálculo en el uso de una fuerza policial paramilitarmente reforzada. Con el violento ataque a las protestas masivas contra la cumbre del G20 en Hamburgo, Berlín ha marcado una vez más la línea de marcha, una violencia secundada por París cuando estableció el estado de emergencia de manera permanente en Francia.
Desde la perspectiva de las más de 900 personas que han sido brutalmente heridas por los grupos de escuadrones uniformados de Rajoy, el único juicio legítimo de la situación española es resumido en la frase “España está muerta”, utilizada por el autor Albert Sánchez Piñol en su comentario sobre estos sucesos.
A la vista de esta complicidad de la UE y sus gobiernos con los disturbios policiales y el enésimo robo del derecho a la libre elección política y del derecho a la libre expresión política, nosotros añadimos: “Esta UE está muerta”.
La violencia de la servidumbre mayoritaria
No es solo el estado español, el cual ha confirmado extraordinariamente sus orígenes franquistas, lo que pide nuestra condena. Y no solo la complicidad de la UE y sus gobiernos con el régimen posfranquista. Lo que también merece nuestra condena en no menor proporción es la lealtad subjetiva de la mayoría española a su régimen. Aquí se encuentra el problema esencialmente político de esta crisis, así como de otras crisis, que son por tanto las más difíciles de resolver: el problema de la servidumbre voluntaria de la mayoría, y el problema de la violencia utilizada por estos siervos contra los que ya no quieren seguir siendo siervos.
Esto incluye aquellas partes de la izquierda española (y no solo española) que querían criticar al régimen de Madrid solo hasta cuando se pidió un referéndum que reconociera la unidad del estado español, y de esta manera someterse a él. Los hipócritas argumentos de estas izquierdas deben ser también reprochados: las referencias a la base “mezquinamente burguesa” del movimiento, el supuesto “ocultamiento” de la supuestamente única “cuestión social” relevante y, por último, pero no por ello menos importante, su reducción del movimiento catalán a un movimiento nacionalista.
Todos estos argumentos están solo repitiendo con respecto a la cuestión catalana lo que la izquierda española ya ha dicho con respecto a la cuestión vasca. Están repitiendo lo que la izquierda turca dijo respecto a la cuestión kurda, lo que la izquierda francesa dijo sobre la cuestión corsa, lo que la izquierda británica dijo respecto a las cuestiones irlandesa y escocesa, lo que la israelí dijo sobre la cuestión palestina, lo que la izquierda ceilandesa dijo sobre la cuestión tamil. Repiten lo que la ganadora del Premio Nóbel de la Paz Aung San Suu Kyi, como defensora de la unidad del estado de Birmania, dijo sobre la masacre de la minoría rohinyá.
En sus críticas al “nacionalismo”, o, con más precisión, del “separatismo” y “secesionismo” – de repente se convierten en defensores del grupo mayoritario de su respectiva sociedad, y por tanto del grupo de su estado. Se convierten en el grupo por excelencia del estado, el grupo de la unidad del estado a (casi) cualquier precio, y en consecuencia en partícipes de la violencia usada por el estado. No importa si estás críticas no están basadas en categorías nacionales, sino sociales: en ambos casos se toman decisiones mayoritarias. A esto es a lo que nos oponemos en esencia.
Por la misma razón, la cuestión catalana para nosotros no es una cuestión nacional, ni una cuestión de un estado-nación, sino una cuestión de democracia. Se plantea no solo en todas las democracias existentes actualmente, sino también en todas las posibles. Es el inevitable autocuestionamiento de todas las democracias. Permanecerá mientras la democracia esté constituida por el estado, y estará activo mientras la democracia se encuentre en proporción de la mayoría. Expresa el derecho de las minorías a la autodefensa, y define este derecho como un derecho a la separación y la secesión.
El último paso es fundamental, ya que el derecho a la autodefensa de las minorías aparece en la práctica solo como el derecho a la separación o secesión. El derecho a separación o secesión por tanto se convierte en un derecho esencial también para las minorías en un estado catalán, kurdo, corso, irlandés, escocés, palestino, tamil o rohinyá, y por consiguiente la última prueba de democracia.
Sin embargo, el derecho a la autodefensa de las minorías se manifiesta no solo como el derecho a la separación y secesión de la mayoría, nación y estado, sino también como el derecho a la transgresión de la nación y estado en pos de una perspectiva global, en la práctica, continental; para nosotros, europea.
La derrota de la unidad de la mayoría, la nación y el estado, siempre, invariablemente y sin excepción, tiene que ser afrontada a la vez en lo grande y en lo pequeño: yendo a la máxima distancia y a la más próxima cercanía al mismo tiempo. Esta es la causa de la ciudad como cosmópolis, y es la causa de una federación de ciudades como una federación cosmopolita: una federación de individuos. La parte buena de esto es que en la trayectoria cosmopolita, el camino y la meta siempre coinciden. España está muerta, la UE está muerta.
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