Susan George

Cometer geocidio: cambio climático y captura corporativa

Por Susan George
Firmante, asesora y miembro de DiEM25
 

Fragmento de una conferencia en Buenos Aires (1-2 de septiembre de 2016) organizada por el Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos y UNESCO.

 
Me llama la atención que todas las religiones tengan sus peregrinajes, ya sea a la Meca, a Santiago de Compostela, el lugar de la iluminación de Buda en la India, las ciudades sagradas hindúes de la India o los lugares sagrados de Jerusalén. Las personas que parten en estos peregrinajes de fe habitualmente buscan la redención o la salvación, la iluminación, la sanación o la concesión de un deseo especial.
Nuestro peregrinaje común es de una naturaleza muy distinta. No buscamos bendiciones personales sino la salvación y la esperanza para todas las personas y para nuestro hogar, la Tierra. Todos se hallan bajo una terrible amenaza. Nos hemos embarcado en este viaje porque somos conscientes de que la humanidad nunca se ha encontrado en mayor peligro que en este momento.
Intento no hablar de “salvar el planeta”. Sea lo que sea que hagan los seres humanos, el planeta seguirá rotando sobre su eje y orbitando alrededor del Sol como lo ha hecho durante unos cuatro mil millones y medio de años. El planeta Tierra, al que consideramos “nuestro”, no es realmente “nuestro”. Podría seguir perfectamente, aun totalmente alterado, moviéndose en su camino predefinido sin nosotros. De hecho, se podría argumentar que, como los llamados “ecologistas profundos”, el planeta estaría mucho mejor sin nosotros, ya que estos enfatizan que los humanos somos la especie más depredadora, derrochadora y destructiva que jamás ha pisado la Tierra en estos cuatro mil millones y medio de años.
No estoy aquí para promover la perspectiva de la ecología profunda. Estoy aquí para presentar y definir lo que yo considero un nuevo fenómeno en la historia de la humanidad. Lo llamo el “geocidio”. El geocidio es la acción colectiva de una única especie, de entre millones de otras especies, que está cambiando el planeta Tierra hasta el punto de que puede volverse irreconocible e incapaz de albergar vida. Esta especie está cometiendo geocidio contra todos los componentes de la naturaleza, ya sean organismos microscópicos, plantas, animales o incluso la propia humanidad, los Homo sapiens.
El Homo sapiens solo ha existido durante unos 200.000 años. El tiempo que hemos habitado este planeta, comparado con su edad total, es infinitesimalmente corto, apenas una fina lámina de tiempo geológico. Supone un mero 0.00004 por ciento de la existencia de la Tierra. Y pese a que cualquier especie, ya sea planta o animal (vertebrada o invertebrada), tiende a durar de media unos diez millones de años, nuestra especie parece determinada a causar su propia extinción, junto al resto de la creación, mucho antes de su hora prevista. La muerte de una especie entera es, en términos geológicos, un suceso común. Algunas extinciones son espectaculares (pensad en los dinosaurios), la mayoría son desapariciones silenciosas que apenas dejan rastro. Algunas especies habrán desaparecido para siempre en el tiempo entre que hemos llegado a este seminario y cuando salgamos. Los científicos dicen que la “tasa natural” de extinción es aproximadamente mil veces mayor que la media y algunos han comenzado a llamar a nuestra era “la sexta gran extinción”. La anterior, la extinción del Pérmico, ocurrió hace unos 250 millones de año. Cerca del 95% de las especies de la Tierra fueron aniquiladas, probablemente debido a que la actividad volcánica y las altas temperaturas causaron grandes emisiones de metano desde los océanos.
Las especies desaparecen masivamente porque no pueden adaptarse con suficiente rapidez a condiciones rápidamente cambiantes. Algunas, incluidos los humanos, se pueden adaptar a una amplia variedad de entornos y diversidad de temperaturas, desde Siberia o Groenlandia hasta Pakistán o el Sahel, pero ninguna especie es infinitamente adaptable y todas tienen sus límites.
La nuestra es la única especie entre millones que ha recibido el don de la lengua, habilidades de creación de herramientas y sobre todo la conciencia, la capacidad para la imaginación, el pensamiento y la espiritualidad. Aun así, el fin de nuestra propia existencia parece estar fuera de nuestra capacidad de comprensión colectiva: es demasiado terrible y demasiado definitiva para nuestra consideración. La extinción no nos puede suceder a nosotros: los humanos somos demasiado brillantes tecnológicamente, podemos encontrar la solución a cualquier problema, somos los amos de la creación y no podemos fracasar, y mucho menos desaparecer. Hemos sido testigos de episodios horribles de asesinatos masivos en nuestras propias vidas y, como hemos reconocido este horror, podemos nombrarlo. Todas las lenguas han sido obligadas a añadir esta palabra terrible, “genocidio”, a sus vocabularios.
¿Somos siquiera capaces de imaginar, ya no digamos admitir, que también somos capaces de cometer geocidio? En mi mente, este término va más allá del “ecocidio” que hasta ahora parece limitado a entornos o puntos geográficos concretos como la devastación de un bosque o la polución masiva de, digamos, el Golfo de México. El geocidio es, lamentablemente, algo más general: es un asalto masivo contra la naturaleza de la que solo somos una parte, contra toda la vida terrestre y contra la creación, así como la completa negación de los derechos humanos: yo sostengo que este acto de destrucción definitiva está en marcha y que necesitamos un nombre para él. Sin un nombre, no tenemos concepto y sin concepto no podemos combatirlo. Por eso busqué una nueva palabra.
Puede que penséis que soy alarmista. Dejadme contaros unos pocos de los más recientes hallazgos científicos relativos a la velocidad y avance del cambio climático. La mayoría son derivados del reciente State of the Climate Report (Informe sobre el Estado del Clima) dirigido por la Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos de América (NOAA, por sus siglas en inglés). Se basa en las contribuciones de cientos de científicos de 62 países.
En 2015, se establecieron nuevos registros en las temperaturas, la subida del nivel del mar y sucesos de clima extremo. Como en 2014, 2015 ha sido el año más caliente registrado y 2016 probablemente volverá a batir ese récord. Los océanos no pueden absorber todos los gases de efecto invernadero que estamos produciendo y que producen un calentamiento veloz. El año pasado, el Pacífico Oriental estuvo dos grados más caliente y el Océano Ártico alcanzó un récord de ocho grados más que en medias históricas. La capa de hielo marítima del Ártico fue la más baja desde que los satélites empezaron a medirla hace 37 años. El calentamiento oceánico está causando un gran florecimiento de algas tóxicas que se propagan por el Pacífico noroccidental y hasta la costa de Australia, matando corales, peces, aves y mamíferos. Científicos y periodistas han inventado el término “olas de calor marinas”. Las especies marinas del Ártico están luchando por adaptarse a las grandes migraciones de competidores atraídos por las aguas cálidas y por comerse la cantidad limitada de comida. Si el hielo de Groenlandia se derrite por completo, su desaparición hará subir los niveles marinos unos sorprendentes siete metros. El año pasado, la mitad de su superficie se estaba deshaciendo.
También debemos esperar altas tasas de muertes humanas debido a más inundaciones, más sequías, más incendios forestales y más tormentas violentas, así como más personas desplazadas y más refugiados climáticos en busca de un hogar habitable. La escasez de comida y agua, especialmente para las decenas de millones que dependen de los glaciares para su suministro de agua, también será más común. Algo de lo que se comenta menos, aunque están muy presentes en el pensamiento de estrategas militares como los del Pentágono, son el esperado aumento de la inestabilidad política, las hostilidades, los llamados “Estados fallidos”, y los conflictos armados abiertos. Los expertos reconocen ahora que la guerra en Siria se debió en parte a la larga sequía en sus regiones de cultivo de trigo.
El cambio climático no es aritmético: en otras palabras, 1+1+1 no necesariamente supone una bonita línea recta en un gráfico. El cambio es exponencial, lo que implica que cada aumento en calor puede provocar mayores aumentos. A esto se le llama “retroalimentación positiva” y puede continuar hasta que el cambio climático “fuera de control” llegue y se vuelva imparable. Entre los ejemplos más espeluznantes en este momento se encuentra el derretimiento del permafrost en Siberia y Alaska. Se estima que unos 1.400 miles de millones de toneladas están aprisionados en este permafrost y el gas metano es veinte veces más poderoso que el CO2. Dependiendo de lo rápido que el permafrost se derrita, esta reserva colosal de gases de efecto invernadero podría provocar un cambio climático irreversible y tendría lugar geocidio. Incluso los ricos, que son propensos a considerarse completamente exentos de las leyes de la naturaleza, no podrían escapar de las consecuencias.
Puede que ya hayamos pasado el punto de no retorno. Pero puesto que nadie lo sabe con toda seguridad, debemos actuar como si aún tuviéramos una oportunidad de aturar y revertir el cambio climático. Las personas presentes en este seminario son extremadamente diversas, pero todos nosotros somos serios y estamos bien informados, profundamente preocupados por el cambio climático, los derechos humanos y, frecuentemente, con las dimensiones espirituales de la vida. Por tanto, también hemos elegido resistir en contra y hacer tanto como podamos para asegurarnos de que la aventura humana puede continuar.
Pero me llama la atención precisamente porque, aunque personas serias, pensativas y éticas ya han tomado su decisión, pueden tener una dificultad particular a la hora de aceptar que no todo el mundo comparte su ética o su compromiso. Haceos esta pregunta: ¿tendéis a pensar que los riesgos del cambio climático saltan tan a la vista y son tan universales que todas las personas normales deben necesariamente apoyar los mismos objetivos que vosotros? ¿Creéis, por ejemplo, que, puesto que tenemos la tecnología, el conocimiento y el dinero para hacer la gran transición a un mundo libre de combustibles y basado en la energía renovable, aquellos que no comparten nuestro sentido de la urgencia simplemente están desinformados? ¿Que solo necesitan más información y mejores explicaciones?
Si pensáis eso, debo asumir el riesgo de ofenderos. Para ser tajante, temo que esa visión es totalmente errónea. Sin lugar a dudas, aún existen personas que no conocen los peligros del cambio climático, pero esas no son las personas al cargo de los asuntos mundiales.
No. El problema real es que nos enfrentamos a adversarios decididos y bien organizados que no se preocupan en absoluto de los derechos humanos o del cambio climático; que se reirían ante la simple mención del geocidio. Solo quieren una cosa: que todo siga como hasta ahora en un mundo en que puedan acumular una interminable cantidad de dinero usando todos los recursos disponibles, sin importar los costes para la naturaleza y la vida humana. A menos que aceptemos esta realidad y nos enfrentemos a estos adversarios, así como a las organizaciones públicas y privadas a las que sirven, mucho me temo que no tenemos oportunidad alguna de prevenir el geocidio.
Los enemigos reales existen. No les afectarán los argumentos racionales, la exhortación, la plegaria ni el ejemplo moral. Enfrentarse a ellos se hace más difícil aún porque ocupan posiciones prestigiosas y de poder, y pueden intimidar a aquellos que intenten detenerles. En este punto, puede resultar útil citar las palabras del historiador británico del siglo XIX Lord Acton. Él escribió, memorablemente, que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y añadió que “los grandes hombres son casi sin excepción malos hombres…” El poder corrompe porque permite a las personas, instituciones o gobiernos imponer su voluntad y dar forma al mundo para que encaje con sus intereses inmediatos. En el pasado, esto se hacía con la guerra, y así otro gran pensador del siglo XIX, el estratega militar Karl von Clausewitz, define la guerra como “un acto de violencia para forzar al adversario a actuar según nuestra voluntad”.
Combinad a Clausewitz y Acton, situadlos en el siglo XXI y podréis definir el poder como la capacidad de imponer la voluntad de cualquier sistema al que sirva esa persona poderosa. Hoy, los poderosos en las esferas pública y privada, particularmente dominantes en los países occidentales, sirven a los intereses de un sistema capitalista avanzado en el que corporaciones transnacionales gigantescas son actores políticos importantes. A menudo, estas empresas de petróleo, gas o carbón, así como sus bancos, son más ricos y más poderosos que muchas docenas de Estados. Su objetivo, como dice Clausewitz, es forzar a todo el mundo a “actuar según su voluntad”. Las corporaciones no quieren ni necesitan emplear el conflicto armado abierto ni métodos brutales. Están provistas de un personal extremadamente bien pagado y altamente recompensado por servir a sus objetivos. Cualquiera que rechace sacrificar la ética personal para conseguir el objetivo de mayores beneficios e influencia no permanecerá como empleado por mucho tiempo.
Estos ejecutivos están satisfechos con vivir en un mundo cortoplacista y hoy todos nosotros estamos obligados a vivir en él, incluso aunque sabemos que la perspectiva a largo plazo es vital para alcanzar a comprender conceptos como “cambio climático fuera de control” o “geocidio”. El liderazgo de las grandes corporaciones de combustible fósil y bancos es elegido por su disposición a sacrificar cualquier valor que sea necesario para alcanzar el objetivo de mayores beneficios. Ningún presidente corporativo tiene el poder de cambiar esto. Todos saben que sus posiciones individuales dependen de seguir las reglas; ellos sirven a sus instituciones, a las que nuestros gobiernos nacionales protegen, promueven y obedecen con tanta frecuencia. Denunciar, destituir y sustituir a personas no es la cuestión. Para ellos, el futuro de la humanidad y el destino de la Tierra tampoco son la cuestión, desafortunadamente.
Debemos luchar para mantener los combustibles fósiles bajo el suelo y la única fuerza que puede contener a las corporaciones es la fuerza de la ley. La ley solo cambiará bajo la influencia de una opinión pública fuerte y bien organizada. Necesitamos el compromiso de personas como vosotros, que sois líderes y podéis influenciar a grandes segmentos de la opinión pública para crear presión. Necesitamos desesperadamente esa presión sobre los gobiernos para obligarles a actuar enérgicamente y enfrentarse al poder corporativo.
Tal vez penséis que estoy realizando acusaciones generales. Para concluir esta conferencia, dejadme hablar brevemente sobre algunas de las estrategias corporativas orientadas a obtener una mayor libertad y mayores beneficios. Puesto que nos queda poco tiempo, voy a dejar de lado los detalles sobre el poder de las empresas más grandes y ricas del mundo. También dejaré de lado los sectores del transporte terrestre y aéreo, así como las empresas, especialmente situadas en el Sur, involucradas en la desforestación masiva. Las empresas involucradas pueden ser públicas o privadas. Esta es mi breve selección de influencias corporativas poco conocidas sobre el aumento del cambio climático.
–Lobbies
–Subsidios
–Tratados comerciales bilaterales y multilaterales
1. LOBBIES: El uso corporativo de los lobbies ha crecido exponencialmente estas últimas décadas. Los lobbies son ahora una de las principales industrias de servicios, con muchos miles de millones de dólares. Se pueden distinguir tres tipos: el primero es el más simple y directo: empresas individuales contratan personal interno de publicidad, comunicaciones y relaciones públicas para presentar su mejor cara y perspectiva, no solo para mejorar las ventas sino también para influir sobre la opinión pública, los líderes de opinión, los medios y los gobiernos. Ejemplo: una gran empresa de petróleo como BP decide renovar su imagen como “empresa energética” aunque el 98 por ciento de sus actividades consiste en combustibles fósiles y las fuentes renovables apenas suponen una mínima parte.
2. Segundo: las empresas promueven la denegación del cambio climático. Por ejemplo, Exxon-Mobil aprendió hace casi cuarenta años de sus propios científicos que el cambio climático es una realidad peligrosa, pero aun así ha seguido gastando millones para financiar a “think-tanks” y científicos corruptos cuyo único trabajo es aportar argumentos y propaganda, supuestamente demostrando que el cambio climático es inexistente o no es nada de lo que haya que preocuparse. Cuantos más negadores del cambio climático puedan crear, más tiempo pueden obstruir que la legislación controle su comportamiento. Los lobistas saben que suele bastar con crear la suficiente duda y ya han tenido un éxito brillante en los Estados Unidos. Aquí, según encuestas recientes, una de cada cuatro personas duda de, o niega, la realidad del cambio climático. Ningún candidato republicano a un cargo público, incluyendo a Donald Trump, se arriesgará a decir en público que el cambio climático existe: estamos hablando del país que, como sabéis, es con diferencia el mayor emisor por cápita de gases de efecto invernadero en el mundo.
Finalmente, estas empresas también pertenecen invariablemente a las organizaciones de lobby que abarcan toda la industria, cuyo papel es defender los intereses de todo el sector: por ejemplo, luchar contra cualquier decisión de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos o normativas europeas. Los países donde la industria del petróleo es un factor clave del propio gobierno, como China o Arabia Saudí, presentan problemas específicos con los que sus ciudadanos apenas están preparados para tratar.
En dichos casos, la única estrategia factible es reducir la demanda total de combustibles fósiles.
2. SUBSIDIOS: La siguiente información se ha extraído de un Informe del Fondo Monetario Internacional de 2013, una señal de progreso puesto que el cambio climático no había sido abordado previamente por el FMI. Los subsidios a los combustibles fósiles son un fenómeno mundial. Algunos permiten que los consumidores paguen menos que el coste de suministro; otros permiten a las corporaciones descargar los costes del daño medioambiental que generan. Los economistas llaman a estos daños “externalidades”, como la polución, la contaminación de los suministros de agua o la limpieza de los sitios de extracción, y estos costes deben ser pagados por los gobiernos… o no pagados en absoluto, lo que conlleva un mayor coste para la salud pública, etc. Según el FMI, el coste total de los subsidios a los combustibles fósiles alcanza unos sorprendentes 1.900.000.000.000$ (un billón novecientos mil millones de dólares). Si todas estas ayudas financieras injustificables de los gobiernos fueran eliminadas, y las empresas tuvieran que pagar por sus propias externalidades, el Fondo calcula que conllevaría un descenso del 13 por ciento de todas las emisiones globales de CO2.
Los subsidios no solo hacen que los combustibles fósiles sean irrealmente baratos y que las fuentes de energía renovable lo tengan difícil para competir; también reducen el gasto gubernamental para propósitos mucho más importantes. En el África subsahariana, los gobiernos están gastando una media de un tres por cierto de sus presupuestos en subsidios: la misma cantidad que invierten en salud pública. La mayoría de estos subsidios benefician a personas que ya son ricas: los africanos pobres no poseen coches y ni siquiera están conectados a la red eléctrica. Lo mires como lo mires, los subsidios a la energía de combustibles fósiles son innecesarios, caros y dañinos.
Así que me alegré al saber de nuestros amigos marroquíes aquí presentes que Marruecos ya ha dejado obsoletos los combustibles fósiles para poder invertir considerablemente en las renovables. Y aún más, lo hicieron en tan solo 18 meses, demostrando que se pueden hacer cambios importantes con rapidez. Así que bravo por Marruecos, que debería ser un modelo para todos los países.
3. TRATADOS COMERCIALES BILATERALES Y MULTILATERALES: Estos tratados, invariablemente, incluyen cláusulas denominadas “arbitraje de diferencias estado-inversor” (o ISDS, por sus siglas en inglés) que permiten a los inversores corporativos extranjeros, y solo a los extranjeros, demandar a gobiernos soberanos ante tribunales de arbitraje formados por tres árbitros-abogados privados para cualquier nueva legislación que la empresa considere que pueda dañar a sus beneficios presentes o, incluso, futuros. Por ejemplo, la eliminación de subsidios seguramente será considerada una amenaza y las empresas extranjeras que los reciban demandarán sin duda alguna al gobierno. Unos pocos casos actuales incluyen la demanda (y victoria) de Occidental Petroleum contra Ecuador por negarse a permitir perforaciones en un área ecológicamente protegida. El tribunal concedió a Occidental una compensación de mil setecientos millones de dólares. La empresa Lone Pine ha demandado a la provincia de Quebec por 250 millones de dólares porque le denegó el permiso de hacer fracking en la cuenca del río Saint Lawrence. En cuanto Obama vetó el oleoducto Keystone con el que se pretendía transportar unas arenas de alquitrán particularmente sucias desde Alberta (Canadá) hasta el Golfo de México, la empresa canadiense TransCanada demandó a los Estados Unidos exigiendo 15 mil millones de dólares. A menudo, basta con amenazar con la acción legal del ISDS para hacer que un país se los piense dos veces antes de aprobar una ley para proteger a su gente o al medioambiente. Un gobierno puede “ganar” contra una empresa (como lo ha conseguido en un 35% de los casos hasta la fecha) pero nunca puede ganar realmente puesto que, al haber firmado un tratado, no puede rechazar la demanda y los costes del arbitraje privado ascienden a millones de dólares. Las empresas de servicios de combustible fósil y petróleo también pueden demandar a un gobierno para desalentar a otros gobiernos de realizar cambios similares.
Para concluir en breve, permitidme decir que mi esperanza ferviente es que todas las personas hoy presentes saldrán de este seminario comprendiendo que la toma del poder por parte de las corporaciones está en camino y que supondrá una contribución fatal al geocidio. También espero que, además de vuestros compromisos profesionales o voluntarios, aceptaréis la responsabilidad adicional de dar a conocer, y luchar contra, este geocidio. Pese a los esfuerzos de buenas personas en todo el mundo para reducir las huellas de carbono individuales, no será suficiente a menos que obliguemos a las estructuras actuales a promover que los combustibles fósiles cambien o desaparezcan.
A menudo me preguntan si soy optimista o pesimista. No soy ninguno de los dos. No conozco el futuro. Pero tengo esperanza. Creo que aún tenemos una oportunidad; que los seres humanos pueden superar incluso amenazas tan aterradoras como la del geocidio. A muchas personas se les puede incitar a la acción gracias a activistas de los derechos humanos y líderes religiosos. Asegurémonos todos juntos de que nuestro peregrinaje común nos lleva a este resultado.

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