Desde las fatídicas frases “aprendamos a administrar la riqueza” y “defenderé al peso como un perro” del lejano José López Portillo, tres generaciones de mexicanos han vivido rodeados de riquezas, pero fuera del alcance de sus manos: fábricas que producen coches que la gran mayoría no puede comprar, centros comerciales a los que no pueden acceder, complejos turísticos a los que entran solo como empleados… ¿Y la agricultura? Desapareció. Engullida por el Tratado de Libre Comercio, ahora hasta las tortillerías tradicionales de nixtamal han desaparecido, siendo sustituidas por las industrializadas de MASECA hechas con maíz importado.
Más de cincuenta millones de mexicanos sumidos en una pobreza lacerante de la que solo hay dos posibles salidas, la migración y el narcotráfico.
Y en ambas, desde 2006 el ejército, bajo órdenes de EE.UU., los reprime de forma expedita y sin límite, habiendo producido una guerra de baja intensidad que lleva más de doscientas cincuenta mil muertes.
Encerrados en la cueva de la abundancia y de la riqueza, se han escapado de ella más de quince millones de mexicanos como migrantes irregulares, jugándose la vida al otro lado del Río Bravo. Han creído todas las promesas, que una tras otra han sido incumplidas.
Los mexicanos por fin han tomado la decisión, echar de la cueva a los ladrones y quedarse con sus riquezas (al menos eso esperan).
Andrés Manuel López Obrador fue el que ha dado el grito, “¡Ábrete Sésamo!” Mientras el Establishment se defiende acusando al candidato de MORENA a la presidencia de ser un peligroso populista, el pueblo se rebela en contra del capitalismo “de cuates”.
La contienda de esta jornada no es una elección, es un plebiscito: seguir como hasta ahora (corrupción, asesinatos, inseguridad, desigualdad creciente), o arriesgarse al cambio.
Luis es coordinador de comunicación de DiEM25
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