La dura realidad a la que tienen que enfrentarse los progresistas tras la derrota de los Demócratas en EE. UU.

Fue una locura para los Demócratas pensar que podrían ganar las elecciones presentando una candidata inhumana, sin la más mínima visión política progresista, buscando el respaldo de los “halcones” belicistas neoconservadores odiados por todos, mientras armaban y financiaban un genocidio, despreciando y destruyendo a los que tenían la ética necesaria para protestar. La petulancia y la ceguera de los Demócratas es exasperante.

Estas son sólo las apariencias. Esconden una realidad fundamental: el liberalismo ha fracasado, ha fallecido, y la gente necesita asimilarlo urgentemente y reaccionar de manera consecuente. Es una ideología obsoleta que ya no puede ofrecer ninguna solución sensata a las crisis económicas y ecológicas que vivimos, y debe ser descartada. Los Demócratas han demostrado día tras día que ni siquiera pueden aceptar progresos básicos como la salud pública, la vivienda asequible o una garantía pública de empleo, políticas que mejorarían tremendamente las condiciones materiales, sociales y políticas de las clases trabajadoras. Tampoco pueden aceptar una estrategia financiera pública que aleje la producción industrial de los combustibles fósiles realizando una transición ecológica que nos ofrezca un futuro sostenible. 

¿Por qué? Porque estas políticas se oponen a los objetivos de acumulación de capital. Y para los liberales el capital es sagrado. Harán lo que sea para asegurar su acumulación por las elites, es su único compromiso inquebrantable. Dentro de sus fronteras, reprimen y diabolizan las tendencias progresistas y socialistas. Fuera de ellas, inician guerras eternas y usan la violencia para controlar los precios de las materias primas en los países del Sur e impedir la materialización de cualquier posibilidad de un desarrollo económico soberano.

Los Demócratas lo han estado haciendo desde siempre de manera deliberada y a sabiendas, no es un error, sino que son plenamente conscientes de que siguen los intereses del capital. 

Al no poder encarar las crisis que atravesamos, y al destruir las alternativas socialistas, el liberalismo inevitablemente allana el camino al populismo de derecha. A pesar de ser conscientes de esta tendencia, los Demócratas siempre asumen este riesgo, estas elecciones lo han demostrado una vez más. Lo asumieron en 2016, aniquilando la campaña de Bernie Sanders y regalando la Casa Blanca a Donald Trump. Lo hacen porque, a fin de cuentas, no tiene ninguna importancia para ellos y el resto de la clase dirigente liberal que los fascistas tomen el poder, mientras estos también garanticen las condiciones que posibilitan la acumulación de capital. No hay ninguna duda de que lo prefieran a la posibilidad de una alternativa socialista.

Así que los progresistas tienen que enfrentarse a la realidad. Se acabó con el sueño de “conversión” del partido Demócrata. Es ahora un hecho, hay que aceptarlo.  La única solución consiste en la creación de un movimiento de masas que pueda reapropiarse de las clases trabajadoras, y activar una formación política capaz de asimilar la diversidad de las luchas progresistas en el seno de una fuerza política unida y fuerte para conseguir una verdadera transformación de la realidad. Se necesitará mucho trabajo, y una verdadera coordinación, pero es lo que hay que hacer, y hay que hacerlo ahora.

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