Por Vincent Browne
La Unión Europea, sus élites y sus superfans se lo merecían.
Ellos ingeniaron deliberadamente un proyecto supuestamente idealista de una Europa unida, basada en la subversión de la democracia en todo el continente: la exclusión de las masas entrometidas mediante un plan que, inevitablemente, estaba destinado a profundizar las desigualdades.
Todas sus fanfarronadas sobre una “Europa social” no eran más que eso. Fundamentalmente, nunca se trató de nada que no fuese el creciente enriquecimiento de los ricos, desde el mismo instante de la concepción de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero en 1951.
Uno de los “visionarios” fundadores del proyecto europeo, Robert Schuman, dijo que la Comunidad Europea del Carbón y el Acero era “para hacer que la guerra no solo fuera impensable sino materialmente imposible”… y pudo habérselo creído.
Pero de ella no ha surgido más que un gran cártel que ha enriquecido a los accionistas y administradores de las industrias del carbón y el acero. Y así ha seguido desde entonces.
El proyecto del euro ha avanzado con engaños similares.
Los problemas de Lisboa
Tan solo recordad las maquinaciones que apuntalaron el infame Tratado de Lisboa. En su forma original, era una nueva Constitución para Europa con el fin de reemplazar y extender los Tratados Europeos existentes.
Se había acordado entre los estados miembros en octubre de 2014 y se había de someter a su ratificación.
Algunos de estos estados, incluyendo a Irlanda, habían de ratificar la Constitución mediante referéndum (a propósito de esto, Tony Blair había prometido un referéndum sobre la Constitución en el Reino Unido).
La gente de Francia y los Países Bajos rechazó definitivamente la Constitución en julio de 2005, tras lo cual se abandonó el proyecto de constitución.
Y comenzó un “periodo de reflexión”.
Y entonces, el engaño
Esa reflexión llevó a una decisión para, efectivamente, engañar a los europeos y ratificar la esencia de la Constitución, sin depender de esos molestos referéndums… excepto en Irlanda.
Este fue el origen del Tratado de Lisboa, planteado de tal manera que fuera indescifrable para la mayoría de europeos.
Y entonces, cuando Irlanda volvió a votar en contra (echando al traste el proyecto de nuevo, puesto que el Tratado requería la ratificación de todos los estados miembros), ¿recordáis qué sucedió?
A Irlanda se le exigió una nueva votación, bajo la guisa de unos cambios significativos al Tratado (mentira) y bajo la amenaza de ser expulsados o marginados de la UE si la gente de Irlanda no lo acataba (otra mentira).
Nos vinimos abajo y lo aprobamos.
Irónicamente, si hubiéramos rechazado aprobar el Tratado otra vez, no hubiera sido posible para el Reino Unido abandonar la UE, puesto que no había un mecanismo con esa función hasta el Tratado de Lisboa.
La subversión de la democracia
Por cierto, el Tribunal Supremo irlandés había sentenciado, en el caso de Crotty contra Taoiseach en 1987, que todos los cambios a los Tratados de la UE requerían el consenso de la gente de Irlanda en un referéndum, puesto que dichos cambios suponían cambios en nuestra Constitución.
Este caso recibió una fuerte oposición por el gobierno irlandés del momento y por nuestras élites domésticas, que argumentaron que, fundamentalmente, los irlandeses eran demasiado duros de entendederas para comprender las sutilezas de los cambios al Tratado de la UE, de la misma forma que los británicos eran demasiado duros de entendederas para comprender las consecuencias de la salida de la UE: precisamente, los argumentos que se profirieron en contra del sufragio universal.
Poco a poco, el proyecto europeo ha ido subvirtiendo la democracia para transferir, tanto abierta como encubiertamente, el poder desde los estados miembros al centro; y sobre todo mediante el Tratado de Maastricht que llevó a la creación de la moneda única, que parecía tan sensato en aquel momento.
El BCE
Pero tuvo un precio, insospechado para la mayoría de nosotros, ya que nos privó del control sobre la política monetaria (y definitivamente sobre la política presupuestaria) y creó un leviatán en la forma de una zona libre de democracia: el Banco Central Europeo (BCE).
Las promesas de que una Comisión Europea “independiente” reflejaría con justicia los intereses de todos los estados miembros y que un Parlamento Europeo con aún más poder implicaría un mínimo de oxígeno democrático para la UE fueron olvidadas cuando impactó la crisis.
¿Alguien mencionó al Parlamento Europeo durante los años de los rescates? ¿Alguien se molestó en saber qué opinaba la Comisión Europea?
Europa se convirtió abiertamente en el juguete de los alemanes y de su creación, el BCE.
¿Recordáis cómo Angela Merkel, con su compinche por aquel entonces, Nicholas Sarkozy, se deshizo de los primeros ministros de dos estados miembros, Grecia e Italia?
¿Recordáis cuando a los irlandeses nos intimidaron para absorber una deuda bancaria de 72 mil millones de euros de la que no teníamos ninguna responsabilidad ni propiedad?
¿Recordáis el bombazo financiero en Dublín, en vez de en Frankfurt, o era tan solo otro delirio de Michael Noonan?
Y mientras nos retorcemos las manos agitadamente por el Brexit, los alemanes y sus aliados ya están involucrados en una nueva treta (una “Europa más flexible”): una UE donde ellos y unos pocos compinches suyos dirijan el cotarro abiertamente y el resto seamos meros espectadores (en realidad, no habría gran diferencia respecto a hoy en día).
No hay agallas
Habría una oportunidad de revertir gran parte de esto si Irlanda y otros pocos estados tuvieran las agallas de ponerse a ello, pero podéis dar por sentado que no va a haber agallas, al menos por parte de Irlanda.
El bando irlandés ni siquiera planteó un plan de contingencia hasta que llegó el Brexit… aunque Enda Kenny y Michael Noonan afirmen lo contrario, que habían estado trabajando en ello desde las elecciones británicas del año pasado, la afirmación fortuita de Brendan Howlin de que no sabía nada del tema pese a haber sido ministro de Gasto Público y Reforma hasta el 6 de mayo.
Lo que deberíamos querer
Hay un par de cosas sobre las que podríamos insistir: el fin del euro y el Banco Central Europeo, el reemplazo del Consejo de Ministros por un Senado compuesto por dos senadores, elegidos democráticamente desde cada estado miembro (esta fue una propuesta de John Bruton unos años antes de ser “colonizado”).
Pero no hay oportunidad de eso ni de nada que no sea la consolidación del poder de Alemania y del BCE y el mayor enriquecimiento de los ya ricos.
Fuente >> thejournal.ie
¿Quieres mantenerte informado/a sobre las actividades de DiEM25? Suscríbete aquí