Los refugiados, como yo los veo

(Por Dora Chalari / Ayudante de Producción en SKAI TV para OTE TV)
Esto puede parecer extraño, pero no lo es. El pasado mes de octubre se produce en Lesbos una de las más grandes catástrofes de refugiados; después cae en mis manos un artículo desesperado, escrito por voluntarios, médicos que se encuentran ya en la isla, con declaraciones llenas de angustia: “Europa está muriendo aquí. Apenas logramos sacar del agua a niños medio muertos. Lesbos está llena de ambulancias y de gente en estado de shock y aterrorizada. Buscamos la asistencia de personas que nos puedan ayudar a recuperar las fuerzas y a continuar unidos”.
El mismo día, a principios de noviembre, busco en Internet información sobre las organizaciones que están allí con el objeto de hacer algo, de ayudar. ¿Cómo puedo ayudar? No tengo ningún conocimiento de medicina, sólo cuento con mi presencia, con mis dos manos. Antes de que acabe noviembre recibo el mensaje de un grupo autoorgarnizado, situado en la ciudad de Sykamnia, en Lesbos, en “primera línea”, como dicen allí, en el lugar al que llegan la mayor parte de los barcos desde la costa turca, el punto más cercano para hacer la travesía.
—¿Puedo ir durante las vacaciones, cuando pueda abandonar Atenas?
—Puede venir cuando quiera, las necesidades son inmensas en todo momento. La esperamos.
Tuve un mes para prepararme, siguiendo cada día los acontecimientos, con el miedo en el vientre pensando en lo que me esperaba, sola, en un sitio en el que no conozco a nadie, con un sólo objetivo: tratar de ayudar a que los que ya están allí a “recuperar fuerzas”.
Sykamnia. Diciembre de 2015. Gente de diferentes países, España, Francia, Estados Unidos, Islandia, al principio todos extranjeros los unos para los otros. Al cabo de unos días, se han convertido en amigos, en una familia. Si alguien me hubiera contado algo así antes me habría reído en su cara. ¿Sabéis? A veces hay momentos que te cambian para siempre.
La jornada pasa tranquilamente, entre sonrisas y conversaciones banales. “¿De dónde vienes”. “¿Cuánto tiempo te vas a quedar?”. “Este sitio te va a cambiar la vida”. Y yo pienso: “Tonterías. He venido aquí preparada para lo peor. Sé lo que me espera y cómo hacerle frente”. Cae la noche. Llega un mensaje por radio: “Un barco con unos 70 refugiados, con el motor parado. Lo estamos remolcando. Vamos a abordar la costa en 10 minutos. Estad preparados”. Estoy con los demás. Con mantas isotérmicas en las manos y corriendo por la costa. “Prepárate para lo peor”, me digo. Y sigo al grupo.
El barco llega a la orilla. Se me hiela la sangre… He visto vídeos, he leído sobre el tema, estoy informada. Pero ver eso en la pantalla de tu ordenador, en tu casa, y vivirlo en la realidad, son dos cosas totalmente diferentes. La realidad impacta. Gente amontonada, con los pies fuera del agua, niños que lloran y que buscan tus ojos, mujeres agotadas, cansadas, hombres en estado de shock y con la mirada vacía.
Me quedé inmóvil y helada. No sabía qué hacer, no sabía cómo comportarme. Los socorristas agarraron los extremos del barco, tratando de estabilizarlo para ayudar a la gente a desembarcar. En un cierto orden, primero los más pequeños, luego las mujeres. De mano en mano, nos envían a cada uno de ellos para que los tapemos con una manta y para ver si se encuentran bien. Para conducirlos al campamento, para darles un té caliente, para darles ropa seca. Para hacerles sentir humanos.
Sus sentimientos eran variados. Para la mayor parte de ellos este viaje ha durado meses, y al final de él algunos de ellos son huérfanos, han perdido a su familia, o a su hijo, o a su nieto. Algunos están muy afectados y hundidos en el llanto, sufren de hipotermia o están agotados por el viaje. Otros se desmayan justo en el momento en el que sienten que han alcanzado la orilla y que tú estás allí para cuidarlos. Los que se reponen de la conmoción y comienzan a recobrar fuerzas empezarán a contaros cómo han llegado hasta allí. “Nos dijeron que íbamos a cruzar el gran río, el río que arde” (arde por el agua salada). “Hemos visto el mar por primera vez en nuestra vida. Nos dijeron que nos quedáramos quietos para que no nos cayéramos y nos ahogáramos. Durante todo el trayecto no movimos ni un pie. Teníamos miedo”.
También hay momentos en los que te quedas a solas contigo misma. Entonces estás autorizada a volver sobre lo que has vivido, a explotar, a hundirte. Únicamente en ese momento. Porque llegará el día siguiente, con otro barco, con otras personas, experiencias, vidas, situaciones diferentes. Esta vez habrá niños no acompañados que llevarán una etiqueta alrededor del cuello con sus datos (si tienen suerte), solos, porque sus padres han sido asesinados o porque no tienen el dinero necesario para pagar a los traficantes de personas y prefieren salvar a sus hijos aunque ellos tengan que morir… ¿Has pensado en la fuerza que hay que tener para hacer eso? Para esta gente, la isla es como el faro que andan buscando, y cuando te ven, te identifican con eso.
Así es cómo yo he vivido el voluntariado… Como una pequeña luz que tiene la responsabilidad de brillar siempre.
El tiempo pasa y los autobuses han llegado para conducirlos a los centros de registro. Sin dudarlo, entran uno por uno en los autobuses, esta vez sin amontonarse y con más calma. Ya se han secado y nos han dicho adiós guiñando un ojo, con una sonrisa y un “gracias”, encarando la parte final de su viaje.
Estas son las razones por las que hay que estar allí: hacer lo mínimo por tus semejantes. Y entonces, cuando el día llega a su fin y cae la noche y te quedas sola, te dices que la única razón por la que no estás en su lugar es por la suerte, y nada más. Lo que sucede es que tú has nacido aquí. Y tienes todavía más suerte cuando encuentras a esta gente y te mezclas con ellos, les das la mano, los miras a los ojos y les ofreces lo que puedas, aunque sea lo más básico, para que vuelvan a sentirse humanos en esa frontera que no debería separarnos.

¿Tiene usted alguna experiencia con los refugiados? La xenofobia es más fuerte entre la gente que rara vez o que nunca se ha encontrado con un refugiado. Vamos a refutar estos temores infundados y a llenar la web de historias de personas que hayan pasado tiempo con refugiados o que hayan tenido una experiencia concreta significativa con ellos. Publique la historia en su blog o en un foro utilizando el hashtag #let_them_in e informe a DiEM25 de su publicación enviando un correo a volunteer@diem25.org. Las historias más interesantes serán presentadas en DiEM25 y promovidas a través de nuestras redes sociales.¡No hay nada que temer, salvo al miedo mismo! Carpe DiEM!

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