Estimado columnista del hebdomadario “Expresso”,
Con una gran estupefacción, nosotros, miembros de un movimiento de izquierda, radical y progresista, nos encontramos con un artículo suyo de carácter insultante, y de estilo acusador y moralista, publicado el pasado día 15 de noviembre en el hebdomadario Expresso.
Para contestarle, nos limitaremos a citar la primera de sus afirmaciones en este artículo, que resume a la perfección el carácter confuso de su pensamiento.
“La radicalización, tanto de la izquierda como de la derecha, es un veneno que erosiona la democracia.”
Es en el mejor de los casos una falacia poner la radicalización de izquierda de hoy en día, es decir, la radicalización de jóvenes universitarios y activistas, que luchan inquebrantablemente por una causa que, de hecho, consiste en el derecho a la vida, y a defender el planeta, al mismo nivel que la radicalización de derecha, que se resume en un abuso de poder, y en la imposición de valores al conjunto de una sociedad que no tiene ni siquiera la posibilidad de manifestarse en contra de estos valores, o de votarlos, o de rechazarlos.
Los primeros carecen de cualquier poder, u otro medio, que les permita actuar de otra manera, y además ejercen su derecho constitucional: el derecho a la libertad de expresión.
Los segundos ya están en el poder, con posiciones inamovibles, que les brinda la posibilidad de imponer su propia visión del mundo, sin tener que someterse a ningún control democrático.
Nos parece que la segunda confusión se encuentra sobre todo en asociar las luchas sociales y climáticas con el radicalismo de izquierda, oponiéndolo al radicalismo de derecha, que está muy lejos de poder equipararse con estas luchas de “extremistas” y de “parásitos revolucionarios”. Hemos asistido en Portugal, en Europa, y en el mundo entero, a la aparición de una generación que lucha para defender sus ideales, y no para defender a un partido.
Esto también implica que muchos jóvenes no tengan ningún motivo para participar en las elecciones, y justifica las altas tasas de abstención entre la juventud. Afirmar que las luchas sociales y climáticas son llevadas a cabo por “extremistas de izquierda”, y por “parásitos revolucionarios”, consiste, en el mejor de los casos, en desprestigiar totalmente a todos los jóvenes de Portugal que están sin duda alguna participando en estos llamados actos extremistas, no serían jóvenes si les faltara el amor a la vida y a su futuro.
La verdad, lo más molesto resulta ser el protagonismo que dan los periódicos a estos actos. A pesar de que entendamos que los quieran condenar, son actos de desobediencia civil, que fueron realizados conscientemente por jóvenes activistas, que sean de izquierda o de derecha.
Nos alegramos de que los medios de comunicación portugueses, a su diferencia, den crédito, relevancia, y visibilidad, a las nuevas generaciones que tienen el valor de salir a la calle a luchar por nuestro planeta, con la sencilla intención de acelerar la implementación de las medidas necesarias para que pueda haber un futuro para todos. Llevamos 20 años esperando cambios y decisiones. Y no sabemos si tendremos 20 años más para seguir esperando.
Definir a una generación entera, movilizada alrededor de estos objetivos, como “militantes anarquistas y de extrema izquierda”, comparándolos con la extrema derecha, que únicamente sale en los medios de comunicación cuando abusa a tal punto del poder que hasta socava el ejercicio de la democracia, que sea en Portugal o en Estados Unidos, es revelador de la existencia de una agenda política de lavado de cerebro que, de hecho, radicaliza la intolerancia hacia la diversidad de ideas potencialmente debatibles.
Una última idea a propósito del capitalismo y de los ricos como conclusión: la izquierda no tiene nada en contra de que los ricos sean ricos, mientras paguen sus impuestos, y contribuyan, de manera consciente y proporcional, a la redistribución igualitaria de la riqueza, para que podamos actuar ante la urgencia climática que estamos viviendo. Ya sabemos que Shell es el mayor inversor en energías renovables a nivel mundial, pero también sabemos que mientras exista la posibilidad de extraer petróleo, los beneficios siempre tendrán la prioridad ante cualquier preocupación medioambiental.
Por eso, hablando del capitalismo contemporáneo, este mismo capitalismo desenfrenado y salvaje que hizo que nuestras democracias sean ingobernables, y considerando que vivimos todos bajo el yugo de la oligarquía, que de hecho nos gobierna, tenemos algo que decir: no queremos vivir en esta sociedad.
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