Referéndum del brexit: “Sí” es la respuesta correcta a la pregunta equivocada

Este artículo por el Dr. Richard Barbrook fue publicado originalmente en Huffington Post el 5 de febrero de 2016
El 5 de junio de 1975, voté por primera vez en un referéndum sobre si Gran Bretaña debía permanecer o no dentro del Mercado Común Europeo. Como David Cameron, Harold Wilson, el primer ministro laborista de por aquel entonces, había organizado esta votación para gestionar las disputas internas de su propio partido en vez de para determinar el futuro de una nación. Entonces, igual que ahora, el establishment británico advirtió al electorado de las terribles consecuencias políticas y económicas de abandonar el proyecto europeo. Incluso el gobierno estadounidense dio pistas poco sutiles animando al voto del “Sí” en este referéndum. Más que cualquier otra cosa, la causa proeuropea fue respaldada por la estrambótica alianza de la campaña del “No” entre aquellos en la derecha que lamentaban la pérdida del imperio y aquellos en la izquierda que querían que Gran Bretaña se convirtiera en Cuba, pero con peor clima. ¿Por qué arriesgarse a este salto a lo desconocido cuando los líderes en su defensa no se pueden poner de acuerdo sobre qué sucedería si ganaran el referéndum? Sin sorpresa alguna, como el 67% de la gente de Gran Bretaña, decidí votar por la opción de “vale más prevenir que curar”, la opción del “Sí”.
Desde que se declaró el resultado de 1975, el bando perdedor ha estado exigiendo otro referéndum que diera un resultado diferente. En Gran Bretaña, como en otros Estados miembros, la táctica hipócrita de los principales partidos de culpar a la UE por políticas impopulares que apoyaban tácitamente ha provocado un crecimiento del euroescepticismo estas últimas cuatro décadas. Para algunos en la izquierda, las advertencias de Tony Benn en 1975 sobre el “club de los jefes europeos” aún parecen proféticas. La tecnocracia irresponsable de la UE impone ahora su economía austera de recortes en el bienestar, privatización y financiarización en el continente entero. Como los griegos descubrieron recientemente, la democracia parlamentaria se vuelve insignificante cuando las decisiones más vitales se toman en Bruselas. Aun así, aparte de una banda menguante de estalinistas, el rechazo de la izquierda europea de la pasión desastrosa de la UE por el neoliberalismo no ha reclutado a muchos de sus líderes y activistas en el bando antieuropeo en esta ocasión. En su lugar, la campaña del “No” del referéndum de 2016 está dominada por la derecha aislacionista. Desde el mandato de Margaret Thatcher, los diarios conservadores han obsequiado a sus lectores con relatos escabrosos de intromisiones burocráticas y diabluras financieras de las instituciones de la UE. Como revelan los comentarios de sus lectores, Europa se ha convertido en el símbolo de la derecha de todo lo que falla en la Gran Bretaña moderna: la inmigración masiva, la corrección política, la lucha contra los estereotipos de género y la debilidad militar. La UE es la UERSS: un superestado federal demoníaco que aplasta la soberanía nacional y la peculiaridad cultural de la raza inglesa. Como Thatcher descubrió, vapulear a la burocracia de Bruselas es un método excelente de asegurar esos votantes patrióticos para los conservadores. Pero, como sus sucesores también entendieron, el partido de la gran banca y la gran empresa nunca puede lograr la meta definitiva de sus partidarios eurófobos: la secesión del Reino Unido de la Unión Europa. Los iniciados saben que culpar a la UE es simple diversión que nadie debería tomarse en serio.
Desafortunadamente para los altos rangos conservadores, los derechistas ajenos al partido realmente creen en el mensaje euroescéptico. Mientras que las exigencias a un nuevo voto sobre la membresía de la UE por diputados de segunda fila, activistas de distrito y columnistas periodísticos pueden ser ignorados con seguridad, los candidatos de UKIP amenazan con romper la división entre el voto antiizquierda tanto en las pugnas locales como nacionales. En las vísperas de las últimas elecciones generales de 2015, David Cameron trató con esta competencia de la derecha aislacionista prometiendo llevar a cabo un nuevo referéndum que sabía que sus compañeros de coalición liberaldemócratas nunca permitirían que tuviera lugar. Pero, cuando los conservadores obtuvieron su inesperada y rotunda victoria, esa astuta picaresca resultó no ser tan astuta. Al haberse beneficiado de la retórica euroescéptica durante décadas, el establishment británico ahora se ve asaltado por aquellos que quieren convertir las palabras en hechos. Inquietantemente, con la crisis del euro, la desintegración del Acuerdo de Schengen y las fronteras de la UE que no dan abasto a los refugiados desesperados, se ha vuelto más difícil argumentar contra el brexit. Sin embargo, la campaña del “Sí” sigue siendo la favorita. Imitando a la exitosa estrategia de Harold Wilson antes del referéndum de 1975, David Cameron está visitando las capitales del continente para reunir un paquete de concesiones menores que permitirá a los diputados conservadores ambiciosos pasar de su antigua eurofobia a una recién hallada eurofilia. Puesto a prueba en Escocia en 2014, el Proyecto Miedo de los buenos y grandiosos aterrará al electorado con predicciones de pérdida de empleo, hipotecas costosas y una caída de la libra si Gran Bretaña abandona la UE. A los partidarios de UKIP les advertirán de que el Reino Unido no puede sobrevivir a que Inglaterra vote “No” y que Escocia vote “Sí”. El presidente de los Estados Unidos, el Secretario General de la OTAN y la Reina expresarán sus preocupaciones sobre la prevalencia del statu quo. En el improbable caso de una victoria del “No”, como cuando los irlandeses inicialmente rechazaron el Tratado de Lisboa de la UE en 2008 y entonces volvieron a las urnas en 2009 para corregir su error, esta farsa política se repetirá hasta que el público británico entre en razón y elija el “Sí”. Los euroescépticos deben aprender que las palabras de la élite conservadora no deben confundirse con hechos.
Al convocar el referéndum de 2016 como un ejercicio de gestión de partido, David Cameron espera restringir el debate sobre la relación de Gran Bretaña con Europa a la polarización dentro-fuera. Lo que debe evitarse a toda costa es cualquier debate serio sobre cómo la UE podría trabajar por el interés de todos sus ciudadanos. La campaña oficial del “Sí” se concentrará en las consecuencias negativas de la salida británica porque defender la razón positiva implicaría incluir propuestas para abordar los serios fracasos de las instituciones europeas, especialmente la escandalosa falta de responsabilidad democrática. Al contrario de las afirmaciones euroescépticas, la UE no es un superestado federal, sino que es una organización de tratado intergubernamental. La burocracia de Bruselas recibe sus órdenes del Consejo de Ministros en vez de del Parlamento Europeo. Crucialmente, para los líderes nacionales de los Estados miembros de la UE, las soluciones neoliberales tienen la ventaja inestimable de avanzar en la integración económica sin requerir la unificación política. Tras puertas cerradas, pueden adoptar políticas que favorecen a las corporaciones evasoras de impuestos y a los bancos “que son demasiado grandes para caer”, y entonces los imponen sobre sus propios electorados locales sin consulta alguna. Pero, después del colapso financiero de 2008, esta estrategia tecnocrática ha estado minando el proyecto europeo. Desde la crisis del euro a la entrada de refugiados, los líderes nacionales se han mostrado incapaces de gestionar problemas continentales cuando los dogmas neoliberales ya no funcionan. Aun así, la retirada tras las fronteras estatales tipo brexit solo puede exacerbar la dependencia a esos mecanismos de mercado fallidos. En vez de eso, Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia, defiende que los ciudadanos de Europa ahora deben tomar su destino con sus propias manos. En el manifiesto de DiEM25, defiende la democratización rápida de las instituciones de la UE. Mientras que el referéndum de David Cameron solo ofrece dos versiones del difunto neoliberalismo, Yanis Varoufakis quiere que Gran Bretaña participe en las elecciones de una Asamblea Constituyente de las gentes de Europa. Con intención de ampliar el debate más allá de la simplista polarización dentro-fuera de los conservadores, el nuevo liderazgo del Partido Laborista ha respondido positivamente a esta iniciativa. Tanto Jeremy Corbyn como John McDonnell votaron “No” al referéndum de 1975. En un extraño giro del destino, esos admiradores de Tony Benn ahora se convierten en los defensores más plausibles del federalismo europeo en Gran Bretaña. Desde el cambio climático hasta la evasión de impuestos, hay problemas nacionales con los que solo se puede tratar efectivamente a nivel continental. Al instar al voto al “Sí” en 2016, Jeremy Corbyn y John McDonnell están luchando por la democracia como el requisito básico para una gobernanza europea exitosa. Los banqueros y tecnócratas tuvieron su oportunidad y lo arruinaron todo a más no poder. Ahora es el momento de que se oiga la voz de los ciudadanos de Europa en los pasillos del poder. La sabiduría de la mayoría debe prevaler sobre la estupidez de la minoría. ¡Y votaré que “Sí” por eso!
El Dr. Richard Barbrook es profesor de Política en la Universidad de Westminster, administrador de Cybersalon y miembro del Partido Laborista.

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