Recuperar Europa de manos de los poderes establecidos. Barbara Spinelli conversa con Lorenzo Marsili

Barbara Spinelli es escritora, periodista y eurodiputada por el Grupo GUE/NGL, así como miembro de DiEM25. Lorenzo Marsili es uno de los iniciadores de DiEM25 y cofundador de European Alternatives.
Lorenzo Marsili: En tu respuesta a Verhofstadt, argumentabas que antes de considerar cualquier cambio constitucional de las instituciones europeas necesitamos invertir en políticas capaces de restaurar la confianza de los ciudadanos hacia el proyecto europeo. Sin eso, cualquier proyecto de reforma de los Tratados será obstaculizado por la profunda desconfianza hacia la UE. Esta aproximación en dos pasos también está en el núcleo del manifiesto de DiEM25: la estabilización de la Eurozona en primer lugar, y entonces la reforma constitucional. ¿Puedes decirnos qué tipos de reformas crees que son necesarias para recuperar la confianza hacia el proyecto europeo?
Barbara Spinelli: Si realmente nos preocupa defender el proyecto europeo, es totalmente inadmisible empezar las revisiones institucionales antes de haber cambiado radicalmente las políticas que nos llevaron a esta crisis polifacética, tan similar a la de los años treinta, en primer lugar. Y la raíz de todo esto no se encuentra solo en el disfraz económico-financiero de la UE, sino también en su fracaso democrático, la desintegración de las sociedades y una pérdida de orientación y esperanza experimentadas colectivamente por los ciudadanos europeos. La versión principal del federalismo institucional está substancialmente muerta, pero aún se agarra a la creencia de que modificar la balanza de poder entre los diferentes cuerpos de la Unión será suficiente para resolver todos los problemas. Pero esta revolución ya ha tenido lugar, y sigue en progreso, y sabemos que ha causado lo que Jürgen Habermas denomina “federalismo ejecutivo postdemocrático”. La debacle y descomposición de la Unión son tan vastas que el orden de prioridades debe cambiar: la política no está perdiendo importancia, sino que las políticas son la prioridad hoy. La política europea será de naturaleza federal, pero un objetivo tal debe ser la consecuencia de la formalización de una reconsideración fundamental de las políticas adoptadas desde hoy: en el campo económico y financiero, en la gestión de los demasiado escasos recursos de la Unión, en la efectiva, no solo verbal, democratización y transparencia de todas las instituciones comunes.
Esto es precisamente lo que rechazan los poderes establecidos de la Unión, y este rechazo aparece claramente en las dos resoluciones en las que está trabajando el Parlamento Europeo: tanto en el informe de Verhofstadt sobre la transformación de los Tratados y el informe Bresso-Brok que analiza que puede hacerse sin cambios en la Tratados. La idea básica de ambos informes es evidente: los distintos acuerdos económicos estipulados desde el principio de la gran crisis de 2007-2008 deben ser incorporados en los Tratados. El objetivo es democrático en apariencia: como acuerdos intergubernamentales, el Parlamento Europeo no tiene poder de codecisión sobre ellos y, por tanto, es marginado. La tendencia de los Estados miembros es incrementar el peso y el número de dichos acuerdos: es una senda privilegiada para gobiernos que cada vez son menos entusiastas a la hora de ser supervisados por los parlamentos europeo y nacional. Hemos probado esta aproximación con el Pacto Fiscal Europeo y también con el reciente acuerdo UE-Turquía, renombrado “declaración” por tal de evitar estar sujeto, como cualquier tratado internacional, al voto de los parlamentos, tanto del europeo como de los nacionales.
Hemos llegado a un momento crítico en la UE en que la insistencia obsesiva sobre el método institucional, ya sea intergubernamental o basado en la comunidad, no es tan solo insuficiente. Es un enmascaramiento técnico de una sustancia política que no cambia, de un proyecto europeo que no quiere ser ni político ni democrático, sino que deliberadamente tiende a ser un programa de dominación oligárquica. Por poner un ejemplo, el Pacto Fiscal Europeo no mejora ni implica justicia social, si simplemente lo incorporamos en los Tratados y lo consideramos como parte del método de la comunidad en vez de un acuerdo intergubernamental o internacional. Seguirá sin quedarnos nada salvo políticas de austeridad fallidas.
En otras palabras, nos enfrentamos a una estrategia clara: el objetivo no es avanzar hacia un gobierno democrático normal, sino hacia una denominada “gobernanza” administrativa que sirve para proteger los intereses de pequeñas hermandades poderosas y grupos privilegiados, aislándolos, no de los mercados, sino de las incertidumbres del sufragio universal y la democracia constitucional.
Lorenzo: ¿Por qué deberíamos confiar en que un cambio de apariencia sea más probable hoy que tras más de ocho años de crisis evitables? Aún estamos pendientes de escuchar argumentos convincentes sobre cómo cualquier propuesta ambiciosa o disruptiva puede sobrevivir a las disputas entre 27 Estados miembros, todos los cuales cuentan con vetos nacionales, algunos de los cuales son gobernados por gobiernos abiertamente nacionalistas y xenófobos y algunos tienen obsesiones económicas profundamente arraigadas. Ya lo hemos visto antes: las propuestas ambiciosas para la inversión se redujeron al risible plan Juncker; un acuerdo de migración reducido a unos pocos cientos de traslados desde Grecia y un soborno al turco Erdogan. Y, de nuevo, una ineficaz Garantía Juvenil y una Unión Bancaria disfuncional. ¿Por qué debería ser diferente esta vez?
Claramente, los Tratados actuales no son suficientes. Y, definitivamente, necesitamos una auténtica Constitución: no firmada por los gobiernos de los Estados miembros sino comenzando, como la Constitución estadounidense, con las palabras: “Nosotros, el pueblo…”. Sin embargo, las políticas deben cambiar de antemano. ¿Cómo puede hacerse esto con las instituciones actuales? Estoy convencida de que una democratización de sus mecanismos y su toma de decisiones podría ser un primer paso, aunque claramente no el único. Si los jefes de gobierno, los ministros, los comisarios, los diputados, se sienten bajo escrutinio permanente de los ciudadanos informados (y por tanto “ilustrados”, según Kant: tratados como adultos), tendrían dificultades muy distintas para actuar como una oligarquía. No sería posible para el Eurogrupo tomar una decisión contra la opinión de un Estado miembro, como sucedió en la reunión del 27 de junio de 2015, cuando el exministro de Finanzas Yanis Varoufakis exigió que las objeciones griegas fueron formalizadas, y los servicios legales de la Unión replicaron que no habría sido posible, a la luz del hecho de que el “Eurogrupo no es mencionado en la Tratados de la UE y opera como una agrupación informal. Como tal no está sujeto a ninguna norma escrita”.
Los planes de transformación concretos podrían proceder de los ciudadanos y no solo del Parlamento Europeo. La transparencia es importante pero no lo es todo, los ciudadanos piden más. Exigen, primero y por encima de todo, un New Deal europeo auténtico, que cree puestos de trabajo y luche contra la pobreza y la desigualdad creciente. Las propuestas son muchas: desde aquellas ilustradas por Yanis Varoufakis, hasta aquellas que provinieron de la iniciativa ciudadana “New Deal 4 Europe” (un impuesto sobre las transacciones financieras y un impuesto sobre el carbono por inversiones en crecimiento ecológicamente sostenible). Solo al iniciar un New Deal podremos enfrentarnos a la crisis de refugiados, construyendo una economía basada en la solidaridad y evitando caer en la xenofobia, el racismo y la violencia generalizada.
Lorenzo: De acuerdo. ¿Pero cuáles son los sujetos capaces de llenar ese vacío? Seguimos oyendo una serie de exhortaciones huecas para construir “otra Europa”, pero pocos siguen creyendo en esta retórica. Los partidos nacionales no parecen interesados, o no pueden, en ver más allá de la retórica euroreformista fallida (François Hollande fue el primero en prometer una transformación de las políticas de austeridad: y ahora tenemos la Loi Travail y el estado de emergencia). Los partidos transnacionales (una serie de acrónimos sin una auténtica estrategia ni campaña común) han demostrado no ser aptos para liderar una revolución democrática. ¿No será que es la hora de imaginar un auténtico partido europeo? ¿O quizá, a la luz de las próximas elecciones europeas, imaginar un “frente democrático” que una diferentes fuerzas políticas y sociales con un sencillo pero firme programa de reforma de la Unión? ¿Podría esto incluir la desobediencia a las normas de la UE? ¿O cómo podemos superar la retórica hueca y preparar una estrategia de ruptura con un statu quo que tú defines acertadamente, con las palabras de Habermas, como “federalismo ejecutivo postdemocrático”?
Barbara: En realidad, los sujetos están ahí, solo necesitamos ver mejor, y tener el lenguaje, la curiosidad y la capacidad de escuchar y ser capaz de decirles que, como hicieron los antiguos profetas: aquí estamos. No solo para representaros, sino también para comprenderos y difundir lo que pensáis, lo que teméis, lo que exigís o lo que os ha engañado. La guerra de clases no ha terminado, incluso aunque la cuestión social se presente a sí misma de forma natural bajo nuevas ropas hoy en día. No solo se echa en falta la representación de estos sujetos, no solo tenemos que enfrentarnos a un vasto ataque contra todos los cuerpos intermediarios de la sociedad (empezando con los sindicatos), sino que hay algo más: la división hoy no es entre quién está “arriba” y quién “abajo”, sino entre quién está “dentro” y quién “fuera”. La mejor definición que traduce estar “fuera” es la que emplea Saskia Sassen: ya no es solo una cuestión de marginación o explotación, sino una expulsión activa y bruta. Estamos frente a las antiguas clases empobrecidas, con una recién degradada clase media llena de miedos, y con nuevas clases que carecen incluso de nombre. Y todas ellas nos dicen, como el Commendatore a Don Giovanni: “Ah tempo più non v’è” – “Se te acabó el tiempo”. Tenemos que hablar con estos grupos para no caer nosotros mismos en la negación de la realidad que estamos estigmatizando.
No nos escondamos a nosotros mismos que el fracaso de Syriza ha infligido heridas poderosas y profundas, hasta el punto de que millones de ciudadanos ya no creen en alternativas posibles, y no solo en Grecia. Ellos piensan, y con razón, que el sufragio universal no ha sido respetado. Tenemos que admitir que a la democracia misma le han molido hasta los huesos. Estoy convencida de la influencia de los sucesos griegos sobre el brexit, un voto que ha sido proclamado por un gran número de personas que se dijeron a sí mismas, a menudo sin considerar los poderes efectivos de Gran Bretaña: lo que Atenas no ha podido conseguir (la restauración de la soberanía popular), nosotros, como un Estado más antiguo y más fuerte, tenemos el poder y el peso estratégico para conseguirlo. La rendición del gobierno de Syriza tras el referéndum del 5 de julio de 2015 debe ser reconocida y representada como algo similar a la escena primigenia que inquieta al niño que solía imaginar a sus padres como asexuados, como “inocentes”. Una vez que la escena primigenia ha sido reconocida, puedes decidir no considerarla, o fingir no haber visto lo que has visto, pero el efecto permanece y será devastador si no sales de él con ciertas precauciones y un nuevo conocimiento.
Esa negación de la realidad es también una de nuestras ruinosas deficiencias. El punto de ruptura traumático de Grecia aún es escondido, o aún peor, es totalmente reprimido o incluso embellecido por gran parte de la izquierda radical que exige “otra Europa”. Lo que debemos restaurar es la relación con las realidades y las verdades que esto nos explica: la realidad de una humillación que Syriza no reconoce, la realidad del éxito de Trump, la realidad del brexit, la realidad de una sociedad polaca que ya ha tenido suficiente de las mentiras pseudoliberales de la élite postcomunista y ha otorgado la mayoría a Jaroslav Kaczynski y al PiS. La realidad no desaparece solo porque la llamemos “populista”. Tenemos que volver a empezar desde aquí, desde esta irrupción del principio de la realidad, si queremos evitar el remake de la década de 1930.
Me preguntas qué puede hacerse en concreto con tal de construir un partido europeo trasnacional, una especie de “frente popular” que pueda alzarse en las próximas elecciones europeas con un programa de ruptura contra los poderes establecidos de la Unión. En primer lugar, tenemos que clarificar unos pocos conceptos planteándonos algunas preguntas fundamentales: qué significa exactamente recuperar nuestra soberanía; cómo salvamos la distinción entre soberanía popular y soberanía nacional; cuál es el precio de la no-Europa; cuáles son las exigencias de las clases empobrecidas y expulsadas; cuál es el sentido de la estrategia de ruptura que mencionas, y si hay realmente Estados y administraciones locales capaces de desobedecer las absurdas normas impuestas por los ejecutivos europeos y nacionales que pretenden liderarnos.
Entonces debemos responder a los miedos de la gente; provocados voluntariamente por los poderes hegemónicos, pero miedos pese a todo. Pongamos como ejemplo la cuestión de la inmigración y los refugiados: tenemos que condenar la indecencia de los muros y las expulsiones colectivas predispuestas por los Estados miembros con la complicidad de la Comisión Europea y denunciar su voluntad de hinchar a la extrema derecha con el propósito de usarla como un espantapájaros. Pero al mismo tiempo debemos deshacernos del sentimiento de miedo en nuestros conciudadanos porque el sentimiento, también, es una “realidad”. Es de importancia capital iniciar una campaña generalizada contra estos miedos, comprendiendo sus mecanismos, ayudando a superarlos con argumentos y propuestas racionales y explicando que el “monstruo” frente a nosotros no es la cuestión de los refugiados sino la cuestión de una Europa que ya no funciona. Ningún gobierno, ninguna institución europea, ningún gran diario, ha tenido hasta hoy el valor de recordar a los ciudadanos que los refugiados y los inmigrantes que han llegado a los países de la Unión este año representan tan solo el 0.2% de la población de la UE.
Debemos romper con las normas que arruinan la Unión, pero también debemos tranquilizar a los ciudadanos: es una cuestión de urgencia. Es inútil decir que “movilizaremos a las masas” contra racismos y neofascismos, porque las masas de las que hablamos ya no existen, y una gran parte de ellas, de todos modos, ha dejado de votar.
Lorenzo: Hemos aprendido esto los últimos años: es la propia toma de decisiones de la UE la que está rota y es incapaz de producir políticas ambiciosas y coherentes. La timidez y corrupción de nuestro establishment, junto a la desastrosa ineficacia de nuestras estructuras institucionales, conforman una combinación tóxica. Tarde o temprano, debemos hablar acerca de reformar la estructura institucional europea. Pero este es un camino tortuoso. El llamado “plan Schäuble”, es decir, la integración de la Eurozona mediante el nombramiento de un ministro de Finanzas europeo con la misión de forzar el programa de austeridad, parece un paso en la dirección errónea. Pero también una Convención Europea tradicional (un espectáculo nefasto de burócratas y diplomacias nacionales) supone el riesgo de ser un agujero en el agua. Muchos hablan sobre la necesidad de una Asamblea Constituyente directamente elegida por los ciudadanos europeos. Otros, como Piketty, defienden la idea de un Parlamento de la Eurozona. ¿Cuál es el camino más prometedor para desencadenar una reforma gubernamental de la Unión Europea?
Estoy de acuerdo con la idea de una Asamblea Constituyente, pero sin dejar el proyecto en las manos de un proceso intergubernamental. Ya sucedió en una ocasión, en 1984, cuando el Parlamento Europeo propuso un proyecto constitucional que ha sido desvitalizado y deformado de esta forma.
El plan Schäuble del que hablas va en una dirección complemente distinta. Ni siquiera se limita a proclamar un ministro de Finanzas europeo. Desde que Gran Bretaña votó a favor del brexit, Schäuble recomienda el simple retorno a una Europa intergubernamental, al viejo “equilibrio de poderes” que causó dos guerras mundiales el siglo pasado. Él toma distancia de cualquier visión federal por tal de salvar y proteger las políticas de austeridad impuestas durante estos años. La propia palabra “visión” es aborrecida. La expresión clave hoy en día, según Habermas, es la siguiente: “Ya no hay visión, en este momento todo se trata de una cuestión de “Lösungskompetenz”, de habilidades resolutivas”. El establishment alemán y el objetivo de Schäuble es consolidar la victoria definitiva del ordoliberalismo.
Según la doctrina ordoliberal, nacida entre las guerras mundiales en la Escuela de Freiburg, “mantener la casa nacional en orden” es la condición necesaria y suficiente para el logro de un orden internacional. Cada Estado debe reordenar primero sus cuentas, y solo después de ello se puede hablar de recursos económicos comunes, cooperación y New Deals. En los cuarteles internacionales no debe decidirse nada en común; como mucho, es un lugar de información donde los más fuertes imponen sus ajustes a los más débiles. En definitiva, la esencia de esta doctrina es simple y puramente el retorno al nacionalismo. Un nacionalismo que hoy incluso supone el riesgo de contaminar las mentes de las fuerzas antiausteritarias de izquierdas. A ellas, yo les diría: tened cuidado, en las batallas por una “salida” del euro, o de la Unión, os arriesgáis a no encontraros al lado de aquellos que quieren proteger Europa de los mercados globales, sino junto al nacionalismo apenas enmascarado de Wolfgang Schäuble.

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